miércoles, 6 de mayo de 2009

Juan Enrique Pestalozzi

Nos encontramos ante una de esas figuras señeras que es tanto un símbolo como una realidad. Admirando su doble vertiente de educador y pedagogo, dos dimensiones que no siempre se dan juntas y que en su persona alcanzan un grado verdaderamente excepcional. Siendo un maestro eficiente y abnegado, entregado toda su vida en cuerpo y alma a la humilde y paciente labor de la escuela; mientras escribe unos libros donde se enuncia unos principios nuevos que habrán de renovar la educación y señalarles nuevos derroteros, siendo precursor de la pedagogía contemporánea. No saca sus ideas, como Rousseau, de la simple especulación; sigue el camino de la experiencia. 1º hace y observa, luego pondera y critica, y por último escribe. Apoyando sus conclusiones en las cartas en una base empírica, con la conciencia de ser irrebatibles; y tanto el tiempo como el actual espíritu científico, que impera también en los dominios pedagógicos, han demostrado que se hallaba en lo cierto.

Pestalozzi era un suizo alemán, nacido en Zurich en 1746. Es un hijo de la ilustración, basta decir que los pedagogos a quienes leyó fueron Rousseau y Basedow. Estuvo animado de espíritu revolucionario, para una reforma democrática de su país y una renovación moral y cívica del pueblo a través de la educación pero nuestro hombre no valía para la lucha política, pues era ingenuo, crédulo y poco práctico.

El verdadero Pestalozzi se nos hace patente en la escuela y en su entrega exclusiva y entera a la educación de los niños. Había empezado estudios universitarios, que no concluyó, a los 25 años compró una granja llamada Neuhof, que no supo administrar; la transformó luego en centro educativo para niños pobres, debiendo cerrarlo unos años después, en 1779. Se dedicó a reflexionar y a escribir, hasta que en 1799 el Estado suizo le ofreció la dirección de un instituto de huérfanos en Stanz; tanto como maestro fue padre de los niños, y en ellos comenzó a aplicar los principios fundamentales de su sistema. La experiencia duró pocos meses, pues el edificio hubo de ser transformado en hospital de guerra y aceptó una plaza de maestro de escuela en Burgdorf, donde utilizó su método de la “intuición”; allí se fundó una escuela para la formación de maestros, centros en los que contó con valiosos y leales colaboradores elaborando sus teorías pedagógicas.

Obligado a marchar de Burdorf, en 1805 se estableció en Yverdon, donde fundó una institución educativa que abarcaba los diversos grados de enseñanza y que pronto adquirió fama europea, acudiendo alumn@s y visitantes de diversos países atraídos por el espíritu renovador de la educación e instrucción que allí se daba. Funcionaba en régimen de internado y con espíritu de familia, aplicándose en toda su plenitud los métodos pestalozzianos. Pero aparecieron también dificultades. El gobierno se mostró receloso del espíritu que animaba esta institución, y surgieron disensiones entre los mejores maestros que contaba, varios de los cuales abandonaron el centro. Hubo de cerrarlo 20 años después. Casi octogenario, Pestalozzi volvió de nuevo a Neuhof, murió poco después, en 1827.

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